A veces simplemente no siento nada. O quizá es la nada la que añoro, la que busco
inquieta entre la multitud de cosas que recorren mi cabeza. No estoy segura.
¿De qué podría estar yo segura? Yo, que no encuentro suficiencias en esta vida
que me calmen el dolor, que parece que estoy haciendo trampas, que no sé jugar,
que no sé si quiero jugar, si conozco o no las instrucciones, si me siento
capaz, si ya es demasiado tarde, sí, porque el juego empezó, y yo ni siquiera
recuerdo haber comprendido que existe. Yo, que, al fin, parece simplemente que
no sé lo que quiero. De qué puedo estar yo segura, entonces; ni siquiera de la
forma tan extraña que adopta la nada, si es que efectivamente lo es, si es que
no estoy ciega, o loca, o inútilmente insensible.
A menudo no sé qué siento.