viernes, 13 de noviembre de 2020

Guerra

 

   Siempre me he sentido preparada para la guerra, aunque ignoro por qué. He vivido posiblemente más de mil noches fuera de esta paz; huyendo de murallas azules imposibles, de erupciones repentinas, de sucesos incomprensibles que tiñen el cielo de rojo y multiplican las lunas. Despertar no convierte los sueños en menos reales de lo que los hemos sentido, se nos quedan muy dentro, esperando más oportunidades para enseñarnos qué somos. Sueño a todas horas, si lo hago dormida o despierta es una distinción innecesaria cuando al fin y al cabo no estoy aquí. Y estoy corriendo en medio de pinares, de lugares secos unas veces, lugares húmedos otras. Y estoy nadando, atravesando un vasto mar para huir de quién sabe qué o quién -o para llegar a no sé ya dónde-.

    Siempre me he sentido preparada para la guerra, aunque ignoro por qué. Y aquellos oscuros momentos en los que no me siento preparada, aquellos instantes en los que no siento mis piernas para correr, o mis brazos para nadar, me ahogo y arraso con todo y la sal me llena el pecho y la mirada; me deshago en gritos y la sangre me hierve acabando con mi alma; me pierdo y me veo en lo alto, siendo varias. Y correr, nadar, saltar. Agua, fuego, gritos. Siempre me he sentido preparada para la guerra, pero no sé por qué.

Desde dentro

 

   Hay días extraños en los que no me siento yo. Me veo en acantilados, desde arriba, contemplando el mar. A veces, incluso, estoy más cerca: el agua bañando mis dedos y enfriando mis acciones; la marea invitándome a pasar. Hay días en los que dar un paso o tomar una decisión se convierten en grandes hazañas. Me contemplo ante un bosque, desde abajo, observando las raíces, el barro, los árboles. Y la tierra avanza por mis tobillos, y la humedad empapa mis pulmones. Días en los que me incomoda mi cuerpo y mi entorno. Todo es hacer y deshacer, comer y expulsar, comprar y tirar, comenzar y recomenzar. Días en los que existir es confuso y siento la marea en mi sangre y el barro en mi piel, las raíces apretándome los huesos y la sal ocupando mis ojos. Hay días en los que me observo así, desde dentro, y otros, otros días extraños en los que no me siento yo.

 

 

 

Verde marea

 

   Anoche viajé a otro mundo. Uno gigantesco y colorido, con verdes puntiagudos clavados en las montañas, con blancos espumosos bañando las colinas, con plateados escondidos bajo las aguas. Anoche soñé otro mundo. Uno fresco y refrescante en el pecho, pero cálido en el alma; uno helado en los oídos y en los dedos. Y me dejaba arrastrar por el despertar de los montes, ondas majestuosas corrompiendo mi horizonte. Anoche fui otro mundo. Uno que crujía para respirar menta y marea; inspirar golpeaba las barcas y hacía saltar los plateados. Y yo era las colinas, la marea y la plata; era el verde, la espuma y las barcas. Era toda temblor y crujido y toda yo estaba viva. Viva. Anoche viajé a otro mundo.