El hambre es un concepto extraño. Nos enseñan que se trata de una
necesidad del cuerpo y que tenemos que hacerlo cinco veces al día. Pero
hay un hambre más profunda de la que nunca nos hablan. Me topo con él a
todas horas, y no sé si mirarle a los ojos para atravesarle y conocerle o
si bajar la mirada y huir como se hace con quienes tememos. El hambre
es una idea confusa. Tiene una presencia tan abrumadora y dispar que
unas veces me deshago en llantos y otras me elevo hasta la locura. No sé
si llevarme algo a los labios o si beberme la sal para calmar el tamaño
de lo que me invade. Puede ser el océano para alguien que se ahoga o la
mar para alguien que busca algo. O, incluso, como la luz prometida al
final del túnel, que se transforma entonces en un medio y no tanto en un
fin. Toda la fuerza del agua o todo el veneno de la tierra, toda la luz
de un faro o la oscuridad en el horizonte. Y me faltan aletas y me
sobra el plomo. Me falta hablar su idioma y me sobra el mío.Qué es el
hambre sino una burla o una bendición, un obstáculo o un aliento, un
grito agudo o una simple molestia más. Qué es, le grito, sino un tirano
que guarda secretos.
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