Es nuevo, sí, por eso lo primero que sentí fue una gran sensación de
extrañamiento, por eso comenzaron a deformárseme las letras y las ideas.
Sí, por eso (porque es algo desconocido) el ruido fue cayendo hasta el
cielo (suelo inverso) y dejó de aplastarme los pulmones y las rodillas,
maquinaria pesada, poleas liberadas; y el sonido, no extinto jamás de
ningún proceso como este, se transformó inevitablemente, ya ahogado (si
no inundado) en especie de manantial menos denso que el oxígeno, si
cabe, si es posible, si se me permite decidirlo, decirlo, afirmarlo,
sencillamente confesarlo.
Claro que sí, por nada más que eso (porque es algo olvidado) la luz
comenzó a caer a medida que desplazaba estos ojos, ya hojalata oxidada,
ya mero metal chirriante, para perseguirla; sí, comenzó a pesar en el
dorso de mi mano, o en el centro de mis pestañas, o incluso en la punta
de mi lengua; y continuó acariciando de manera distinta todo lo que
tocaba para acabar a veces amarga y a veces dulce, pero en muchas más
ocasiones simplemente agridulce.
O me equivoco, o simplemente no sé de qué estoy hablando o qué estaba
sintiendo y la mayor extrañeza es que sé que me equivoco, que no es
nuevo o desconocido u olvidado; no ahora al menos, no así, no en el
instante al que intento hacer alusión, si es que puedo vanamente
mantener la ilusión de que puedo guardar un instante, ese instante; como
si acaso hubiese acabado, como si supiese qué pasó y qué pasa, como si
no sintiera al caminar las rodillas resentidas y los pulmones fríos,
como si no caminase sin atenerme a nada porque todo está de alguna
manera bañado en un silencio ilusorio, especie de oscuridad tenue,
lenta, muy lenta.
Despacio en este azul gigantesco que no sé por qué poseo, reconozco y recuerdo.
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