jueves, 29 de noviembre de 2018

Despacio

     Es nuevo, sí, por eso lo primero que sentí fue una gran sensación de extrañamiento, por eso comenzaron a deformárseme las letras y las ideas. Sí, por eso (porque es algo desconocido) el ruido fue cayendo hasta el cielo (suelo inverso) y dejó de aplastarme los pulmones y las rodillas, maquinaria pesada, poleas liberadas; y el sonido, no extinto jamás de ningún proceso como este, se transformó inevitablemente, ya ahogado (si no inundado) en especie de manantial menos denso que el oxígeno, si cabe, si es posible, si se me permite decidirlo, decirlo, afirmarlo, sencillamente confesarlo.

     Claro que sí, por nada más que eso (porque es algo olvidado) la luz comenzó a caer a medida que desplazaba estos ojos, ya hojalata oxidada, ya mero metal chirriante, para perseguirla; sí, comenzó a pesar en el dorso de mi mano, o en el centro de mis pestañas, o incluso en la punta de mi lengua;  y continuó acariciando de manera distinta todo lo que tocaba para acabar a veces amarga y a veces dulce, pero en muchas más ocasiones simplemente agridulce.

     O me equivoco, o simplemente no sé de qué estoy hablando o qué estaba sintiendo y la mayor extrañeza es que sé que me equivoco, que no es nuevo o desconocido u olvidado; no ahora al menos, no así, no en el instante al que intento hacer alusión, si es que puedo vanamente mantener la ilusión de que puedo guardar un instante, ese instante; como si acaso hubiese acabado, como si supiese qué pasó y qué pasa, como si no sintiera al caminar las rodillas resentidas y los pulmones fríos, como si no caminase sin atenerme a nada porque todo está de alguna manera bañado en un silencio ilusorio, especie de oscuridad tenue, lenta, muy lenta.

Despacio en este azul gigantesco que no sé por qué poseo, reconozco y recuerdo.



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