Algunos amaneceres
son como los flash-backs de una película, pero no son grises, siguen vivos.
Porque la luz penetra incómoda mis persianas y me pregunto dónde estoy. Si toca
decidir qué hacer durante las próximas 16 horas, o si toca cole. No sé si
pensar en cómo quiero el café o si mami está haciendo el desayuno. Tropiezo
entre decidir o esperar que la decisión esté tomada para luchar contra ella.
Pensar en la infancia me invade de un estupor horrible y de un alivio
surrealista al saberlo imposible. La leche siempre tenía nata y quería planear
mi vida cuando ni siquiera tenía realmente tal cosa ¿Acaso hay algo peor?
Y sin embargo, a
veces no soy capaz de averiguar cuál soy al despertar. Una ansiedad surrealista
me hacía agonizar cuando madrugaba para buscar crema de chocolate en la
despensa y siempre se me caía el tarro de cristal. El sonido agudo del cristal
estallando se repetía una y otra vez, y me quedaba paralizada mirando las
baldosas blancas con las manchas del crimen. Lo
siento, le decía a mi madre entre lágrimas con el rostro
enrojecido. Saberse infinita e
inevitablemente lejos de esos momentos es como saberse muerta, porque no, no
estoy ahí, y jamás volveré a estarlo.
Pero estoy viva ¿No?
Otros días, me
encerraba tras discutir y escribía cartas secretas dirigidas a nadie o a mí
misma proclamando que me quería morir. Y escondía las cartas donde nadie
pudiera leerlas. Los sentimientos son secretos y cualquier idea inadecuada
sería origen de un castigo, el fin. Pero ahora soy otra cosa ¿No es cierto? Y
no temo a nada, no temo expresarme y no deseo cosas feas ni siquiera en
momentos de dolor ¿No? Hay más distancia entre mis pies helados y mi corazón, y
no lloro porque entiendo que todo tiene un fin y todas las ilusiones pueden
romperse en trizas en cualquier momento ¿Acaso hay algo mejor?
A lo mejor ya he
aprendido a asentir con resignación ante cualquier suceso y me paso semanas sin
sentir nada. O quizá lo finjo. O quizá no hay tanta diferencia. Pero a lo mejor
también lloro desconsolada porque un tarro de dulces se me caiga. Y quizá no es
esa la causa, sino la representación genuina de todo lo que duele en la vida. Y
sí, algunos despertares son como los flash-backs de las películas, pero no, no son
grises.